08 1ra de Samuel

Libros de Samuel

Introducción

Los libros de SAMUEL formaban originariamente una sola obra, que luego fue dividida en dos partes, debido a la considerable extensión de la misma. Esta obra abarca un amplio e importante período de la historia de Israel. Es el que transcurre entre el fin de la época de los Jueces y los últimos años del reinado de David, o sea, entre el 1050 y el 970 a. C. Israel vive en este tiempo una difícil etapa de transición, que determina el paso del régimen tribal a la instauración de un estado monárquico.

Los hechos que aquí se relatan están centrados en torno a tres figuras protagónicas: Samuel, el profeta austero; Saúl, el primer rey de Israel, y David, el elegido del Señor. Aunque de muy diversa manera, los tres tuvieron una parte muy activa en la agitada vida de su Pueblo y ejercieron sobre ella una influencia decisiva.

Samuel fue el guía espiritual de la nación en los días oscuros de la opresión filistea. Firmemente arraigado en las tradiciones religiosas de Israel, luchó más que ningún otro por mantener viva la fe en el Señor, estimulando al mismo tiempo el fervor patriótico de los israelitas y la voluntad de resistir a la dominación extranjera. Una vez instaurada la realeza, le prestó su apoyo, pero nunca dejó de afirmar que por encima de la autoridad del rey está la Palabra del Señor, manifestada por medio de sus Profetas.

Saúl fue, ante todo, un rey guerrero. El relato bíblico ha conservado ciertos episodios que nos hacen entrever, al mismo tiempo, la importancia histórica de Saúl y la tragedia de su reinado. Hacia el año 1030 a. C., él comienza la guerra de liberación y los filisteos tienen que replegarse a sus fronteras. Pero la violación de las leyes de la guerra santa (1 Sam. 13. 8-14; 15) le atrae la reprobación de Samuel. Con inflexible severidad, el profeta proclama la caída del rey, y este comienza a perder prestigio. Saúl se vuelve receloso y colérico. La primera víctima de sus celos es David, contra quien desata una encarnizada persecución. Así se desgastan las fuerzas de la monarquía naciente, precisamente cuando el peligro filisteo se hacía cada vez más amenazador. Por último, hacia el 1010 a. C., el desastre de Gelboé marca el trágico fin de este héroe contradictorio y desdichado.

David restauró las ruinas del reino en franco proceso de desintegración. La más significativa de sus hazañas fue ganarse la adhesión de todas las tribus de Israel. Los filisteos fueron rechazados definitivamente y las plazas fuertes cananeas quedaron sometidas al dominio israelita, lográndose así la unidad territorial. Después de la conquista de Jerusalén, el reino davídico tuvo su capital política y religiosa, y las victorias de David sobre los pueblos vecinos aseguraron su hegemonía sobre la Transjordania y sobre los arameos de Siria meridional. Sin embargo, la unidad interna de Israel no llegó a consolidarse realmente. La revuelta de Absalón –apoyada por las tribus del Norte– puso en peligro la estabilidad del reino apenas constituido. A pesar de todo, al término de su larga y azarosa vida, David dejó a su hijo Salomón un reino lleno de gloria y de grandeza.

Basta una somera lectura de los libros de Samuel para descubrir en ellos la presencia de elementos heterogéneos. Fuera de la “Crónica de la sucesión al trono de David” (2 Sam. 9-20), que se caracteriza por su notable unidad, el resto de la obra fue compuesto a partir de tradiciones y documentos de índole bastante diversa. De allí las frecuentes repeticiones y las divergencias en la presentación de los mismos hechos, particularmente en los relatos sobre los orígenes de la monarquía. En la redacción final de la obra se percibe la influencia del Deuteronomio, aunque en menor medida que en los libros de Josué, de los Jueces y de los Reyes.

Los libros de Samuel relatan una historia que llega a su etapa de madurez con la formación del reino de David. En el centro de la narración, el oráculo de Natán (2 Sam. 7. 1-17) asegura la continuidad de la dinastía davídica en el trono de Israel. Así la historia de David adquiere un significado profético y mesiánico. El recuerdo de esta historia fue perfilando en Israel la figura ideal de un descendiente de David, de un “nuevo” David, el Ungido del Señor, el Mesías. Y “cuando se cumplió el tiempo establecido” (Gál. 4. 4), “de la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús” (Hech. 13. 23).

 

Primer Libro de Samuel

Introducción

Es fácil comprobar que los libros de Samuel difieren mucho de los libros llamados de Moisés que figuran al comienzo de la Biblia, e incluso de los libros de Josué y de los Jueces que lo preceden. En aquéllos se hablaba de acontecimientos antiguos, sólo conocidos a través de tradiciones orales, con la intención de justificar las leyes y el culto. Dios hablaba a cada instante de manera autoritaria, y actuaba en forma fantástica, como si interviniera en un mundo completamente diferente del nuestro. Se trata ciertamente de una literatura muy alejada de nuestra historiografía.

Aquí, en cambio, los autores nos cuentan acontecimientos más cercanos, para los cuales disponen de testimonios. El reinado de David se sitúa en los años 1010-970 y el autor debe haber sido contemporáneo de su hijo Salomón. Aquí personajes de carne y hueso se debaten en medio de acontecimientos complejos. A través de ellos va tomando forma la historia de Israel enfrentado a sus vecinos cercanos y, poco más tarde, a los grandes imperios del Próximo Oriente. En el relato bíblico se trasluce una imagen diferente de Dios. Ya no es presentado como debería ser un Dios todopoderoso, sino tal y como Samuel, David y sus contemporáneos le han conocido y experimentado, y nos cuentan ingenuamente los acontecimientos a través de los cuales estos personajes han conocido su voluntad.

El libro de Samuel, actualmente dividido en dos partes, narra los comienzos de la monarquía. El primer libro está centrado en tres personajes. Primero viene Samuel, un jefe a la antigua usanza además de profeta; el siguiente es Saúl, el primer rey, cuya vida termina en fracaso; por último David, del que se cuenta su ascensión al trono.

Al comienzo del libro, Israel no es todavía dueño del país. Amenazados por los Filisteos que ocupan las llanuras de la costa, las tribus sienten la necesidad de un poder unificado y fuerte. Se convertirán en una nación y ésta será el reino de David.

El segundo libro de Samuel habla del reino de David, de sus éxitos, victorias, pruebas… El centro del libro lo constituye una promesa excepcional que David ha recibido de Dios: sus descendientes reinarán por siempre en el trono de Israel.

Conviene leer el texto tal y como se presenta, sin prejuicios, pero al mismo tiempo con mirada crítica. Se verá entonces, por ejemplo, que el libro registra testimonios a veces contrapuestos. Unos son favorables a la institución de la monarquía, otros están en contra. Los hay que se muestran favorables a David, otros sólo se centran en sus aspectos negativos. El autor a veces parece neutral, dejándonos con nuestros cuestionamientos. Dios actúa de la misma manera: habla poco, pero va dejando signos, invitando a los lectores del libro a que también ellos busquen y disciernan.